Carnosas las pupilas, siempre rojos
los párpados del llanto, han retirado
hasta el casco, cansados, sus dos ojos:
dos en ellos cisternas se han quebrado,
que retener no pueden los despojos
del raudal de aquel llanto arrebatado,
que rompiendo en el rostro suavemente,
en mucha barba esconden su corriente.
Las rodillas clavado a un risco rudo
de sus cordeles al menor amago
la espalda golpes le rebate, escudo
del que resulta sanguinoso estrago:
en el pecho le rompe un canto crudo,
con alternas heridas, ancho lago;
y en el Cristo, a quien voces da devotas,
nuevas imprime llagas con sus gotas.