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El Imperio de los sentidos

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Título original:
 
Ai no corrida
 
Año:
 
1976
 
Duración:
 
98 mins.
 
Nacionalidad:
 
Japón
 
Género:
 
Erótica
 
Dirección y Guión:

Nagisa Oshima

Actores
 
Tatsuya Fuji,
Eiko Matsuda,
Aoi Nakajima,
Yasuko Matsui.

 
Sinopsis

Ambientada en Tokio en 1936 y basada en una historia real, la película narra el encuentro de un hombre casado y una mujer a la que conoce en un burdel. Allí, rodeados de otras geishas que cumplen el papel de familiares, celebran un simulacro de boda que termina en una fiesta desenfrenada.

Los amantes se van a vivir a una casa alquilada, donde el amor y los contactos sexuales se hacen cada vez más exigentes y absolutos, generando una relación que oscila entre el erotismo y la ritualidad.

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Nace el 31 de marzo de 1932 en Kioto.

Cuando en 1964 se licenció en Historia Política por la Universidad de Kioto, Nagisa Oshima ya tenía un largo historial como líder estudiantil, defensor de causas sociales y organizador de manifestaciones contrarias al Pacto de Seguridad firmado entre Japón y Estados Unidos. Por su ideología de izquierdas, chocaba de lleno con el conservadurismo de la sociedad nipona de postguerra, y ello le causó más de un problema en el futuro. Por otro lado, esa afinidad suya con los marginados y los rebeldes definió los principales temas de su obra cinematográfica y televisiva.

Desde 1954 trabajó como ayudante de dirección en los estudios Shochiku Ofuna y dos años después ya era redactor jefe de una conocida revista de cine, Eiga Hihyo. En 1960 dirigió Nihon no yoru to kiri, un filme polémico que le puso en conflicto con los responsables del estudio, tras lo cual dimitió de su puesto y fundó una compañía privada, Sozosha, con la que pudo financiar películas tan provocadoras como La presa (1961), basada en la novela homónima de Kenzaburo Oé. Su protagonista era un aviador afroamericano que, durante la Segunda Guerra Mundial, caía por accidente en una aldea japonesa, donde era considerado como un extraño animal, y tratado como tal.

El racismo presentado en La presa era sólo una de las dimensiones de la crítica que pretendía articular Oshima. Con amargura, el director quiso descomponer las profundas contradicciones del nuevo Japón, obsesionado por las recompensas materiales del desarrollo económico, y guiado por una euforia que lo iba desprendiendo de sus raíces culturales e ideológicas. Ese análisis del presente de su país quedó claramente definido en La ceremonia (1971), ácida exposición de la mala conciencia del Japón contemporáneo.

Con el film Tokisada Shiro Amakusa (1962), Oshima quiso reflejar un caso único de rebelión. Para ello se basó en una importante revuelta protagonizada por los cristianos japoneses entre 1637 y 1638, en la región de Shimabara. El motivo de ese alzamiento era la imposición de un impuesto suplementario. En su mayoría, los rebeldes fueron masacrados, perfilando de ese modo la definitiva eliminación del cristianismo local. A través de esta película, Oshima quería denunciar la represión a que históricamente fueron sometidas las minorías en Japón.

Precisamente una de las minorías que más sufrió este acoso fue la formada por los descendientes de coreanos, una comunidad que siempre interesó al director. En su etapa de documentalista para televisión se destacó por producciones como Wasurerareta kogun (1963), un programa para la NTV en el que reflejaba el drama de los soldados coreanos obligados a luchar en el ejército japonés. Con parecido propósito, Oshima rodó en Corea del Sur documentales tan dramáticos como Seishun no ishibumi (1964), también para la televisión, y Yunbogi no nikki (1965), un mediometraje cinematográfico protagonizado por un niño coreano, Yunbogi, sometido a una trágica lucha por la supervivencia, con una familia destrozada por los acontecimientos personales y marcada por la crisis que atravesaba su país.

Al margen del protagonista coreano de La ejecución (1968), recreación del final de Jun U Lee, un estudiante coreano condenado a muerte por el crimen de dos jóvenes japonesas -película en la que Oshima reflejaba desde su particular punto de vista el conflicto vivido entre Corea y Japón-, cabe citar asimismo a Kanemoto (Johnny Okura), el soldado coreano al que se obligaba a cometer un suicidio ritual en Feliz Navidad, Mr. Lawrence (1982). Basada en dos relatos de Laurens Van der Post, esta coproducción anglojaponesa se asemejaba al filme El puente sobre el río Kwai en su modo de confrontar las personalidades de dos oficiales, japonés y británico, durante la Segunda Guerra Mundial. En cierto momento, el paralelismo entre las dos figuras centrales, el mayor Jack Celliers (David Bowie) y el capitán Yonoi (Ryuichi Sakamoto) se hacía evidente más allá de las caracterizaciones culturales de uno y otro. Según se desprendía del filme, el fanatismo no era necesariamente patrimonio de los soldados nipones; también la oficialidad inglesa podía liberar sentimientos extremados

Cuando realizó esta película, Oshima gozaba de una notable fama en Europa, debida sobre todo a su película más conocida, El imperio de los sentidos (1976), muy representativa del trabajo erótico de su autor.

Al director japonés le interesó el sexo como un medio para desenmascarar los sentimientos que fluyen tras las convenciones sociales. Por encima de la norma y la prohibición, una incesante actividad sexual fue la metáfora usada en varias de sus películas para reflejar un frenesí destructivo que delata conflictos mucho más profundos. En Diario de un ladrón de Shinjuku (1968) el erotismo alentaba una reflexión sobre la libertad. Los protagonistas de Seishun zankoku monogatari (1960), interpretados por Miyuki Kuwano y Yusuke Kawazu, practicaban su sexualidad como una forma de huida. Algo semejante ocurría en Etsuraku (1965), donde los placeres de la carne trasladaban un corrosivo mensaje ideológico. Y culminando este propósito narrativo, El imperio de los sentidos (1976) reproducía un hecho real, protagonizado por una pareja de amantes que sublimaban su pasión sexual hasta el extremo de morir y matar por ella.

Aunque ese planteamiento se adueñaba de toda una tradición cultural a través de reflexiones morales de cierta densidad, el filme fue catalogado de pornográfico en Japón, y Oshima purgó en los tribunales su deseo de provocar. Sin embargo, cuando esta película se dio a conocer en Europa, los críticos aclamaron sus notables cualidades.

Tras el éxito europeo de El imperio de los sentidos, una compañía francesa facilitó al realizador japonés el apoyo financiero necesario para producir El imperio de la pasión (1978). Tiempo después, Greenwich Films Paris y Fils A-2 financiaban la realización de Max, mi amor (1986), otra obra provocadora, en la cual se ponía en imágenes la extraña relación entre un simio y una mujer. En el fondo, ambos eran seres trágicos, como otros de la filmografía de Oshima, propios de un entorno maldito, transgresores y, en cierto modo, también patéticos. Pero lo cierto es que, a pesar de toda esta entrega personal, el público no celebró las nuevas provocaciones de Oshima, quien paulatinamente perdió el apoyo en Europa y también en su país de origen. Con todo, el director continuó siendo un eficaz polemista, invitado frecuentemente a participar en debates de la televisión nipona.